jueves, 1 de marzo de 2007

Romulo Gallegos

 

Escritor, educador, político y presidente de la República (febrero-noviembre 1948). Hijo de Rómulo Gallegos Osío y de Rita Freire Guruceaga. En 1894, ingresó en el Seminario Metropolitano, pero sale obligado no sólo por su corta edad sino por la muerte de su madre, acaecida el 13 de marzo de 1896 y por la necesidad de ayudar a su padre a sostener la familia. Termina de cursar su primaria entre 1898 y 1901, año en que ingresa en el colegio Sucre, donde tiene como maestros a Jesús María Sifontes y a José Manuel Núñez Ponte y recibe el título de bachiller en 1904. En ese mismo año, se inscribe en la Universidad de Caracas para seguir la carrera de leyes, la que abandona en 1905. En 1906, fue designado jefe de la estación del Ferrocarril Central, en Caracas. Ya Gallegos había comenzado su larga trayectoria como escritor. En 1903, redactó, junto con F.S. Bermúdez, el semanario El Arco Iris y en el número 8 del mismo, había publicado un ensayo titulado: «Lo que somos». Cuando el 31 de enero de 1909 aparece el primer número de la revista La Alborada, de la cual es uno de los redactores, publica el artículo «Hombres y principios» y será en esta revista donde Gallegos va a publicar algunos de sus ensayos más conocidos. Al año siguiente (1910), publica el cuento «Las rosas» en la revista El Cojo Ilustrado. En enero de 1912, es designado director del Colegio Federal de Varones de Barcelona. Desde esta ciudad, se casa por poder (15.4.1912) con su novia Teotiste Arocha Egui, ceremonia que se realiza en El Valle (Caracas). El 4 de junio siguiente muere el padre de Gallegos, y éste regresa a la capital, donde es nombrado, el mismo año, subdirector del Colegio Federal de Caracas, el cual más tarde sería el liceo Caracas (hoy liceo Andrés Bello). En esa institución, permanecerá hasta 1918, para ir seguidamente a la Escuela Normal de Caracas y volver, como director, al ya liceo Caracas (1922-1930). Allí conoció a muchos de los que 20 años después le instarán a encabezar la formación del partido Acción Democrática. Entre los que pasaron por las aulas del liceo Caracas estaban: Raúl Leoni, Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba, Armando Zuloaga Blanco, Clemente Parparcén, Miguel Otero Silva, Elías Toro, Isaac J. Pardo, Rafael Vegas, Carlos Irazábal, Ricardo Razetti, Edmundo Fernández, Nelson Himiob, Antonio Anzola, Inocente Palacios, Simón Gómez Malaret, Ramón Rojas Guardia, Ángel Ugueto, Enrique García Maldonado, José Tomás Jiménez Arráiz y muchos otros que dejaron su huella en distintos campos de la vida venezolana. En 1913, publicó unos cuentos bajo el título de Los aventureros. En 1920, contando 36 años de edad, sale a la calle su primera novela, El Último Solar, vuelta a publicar, con modificaciones y supresiones no siempre acertadas, en 1930, con el título de Reinaldo Solar. A partir de ese hito, la creación narrativa de Gallegos adquirió la fuerza lenta pero poderosa de afianzamiento de la ceiba o del roble. Propietario y director de la revista Actualidades (1920-1922), fue también director de la revista Lectura Semanal. Un oportuno viaje a Europa, el triunfo de Doña Bárbara (1929), la tentación de una oferta del gobierno del general Juan Vicente Gómez, una enfermedad de Teotiste, le llevaron a radicarse fuera de Venezuela, renunciando al halago de un cargo senatorial. Y en Europa, en Barcelona de España, concluyó 2 de sus obras magnas: Cantaclaro (1934) y Canaima (1935). Después de la muerte de Gómez (1935), Gallegos regresó a Venezuela a iniciar una gestión de hombre público relevante, la cual culminó con su ascenso a la Presidencia de la República en 1948. El partido Acción Democrática, que lo llevó al poder, estaba fundado por sus antiguos alumnos. Se reencontraban en una encrucijada de la historia. Gallegos creyó «prestarse» solamente a la acción política. No fue así. Desde la iniciación misma de su actividad como militante de partido y como figura de máxima representatividad democrática, empezó a descuidar inevitablemente su obra de ficción narrativa. Aún publicó algunos libros, pero ninguno de ellos alcanzó el vigor creativo de la trilogía compuesta por Doña Bárbara, Canaima y Cantaclaro. La parábola creativa de Gallegos inicia su descenso después de Cantaclaro. Pobre negro (1937) es una novela desigual sobre los acontecimientos políticos de la Guerra Federal. La construcción de Sobre la misma tierra (1941) es mejor, pero la escritura es de pinceladas cortas, sin el aliento acostumbrado, como un guión de cine. La versión publicada de El forastero (1942), rehecha, pues el libro había sido escrito en 1921, resulta muy inferior a la original. En el caso de Gallegos se advierte con claridad que el arte tiene sus propias exigencias y requiere vidas consagradas enteramente a él. El genio galleguiano se pudo manifestar en toda su plenitud, cuando lejos de Venezuela, entre 1931 y 1935, se dedicó de lleno, sin otra interferencia que la nostalgia de la patria, a su obra creativa. Aunque persiguiera en sus libros una finalidad edificante, el propósito moralista se diluía cuando se apoderaba de él la pasión de la pura ficción. Es el arte de escribir lo que le concede a su obra, en sus momentos culminantes, su valor específico, no las ideas de bien o de crítica y denuncia sociales. Constructor antes que imaginador, maestro antes que artista, educador antes que inspirado, dentro de esa armadura intelectual de elección ética, el daimon de la creación y de la imaginación penetró su obra, lo asomó a inquietudes y misteriosas realidades. Fugas y destellos, mensajes del más allá, refracciones de los símbolos, metáforas de la poesía. El bien, al imponer su alegoría triunfal fue penetrado más de una vez por el demonio de la belleza. Por eso los personajes más fascinantes y mejor logrados de su creación no son los «buenos», sino las representaciones cargadas de dramatismo y de oscuridad del «mal», de la barbarie, de una América abismal: Hermenegildo Guaviarede, El Forastero, Doña Bárbara, Melquíades Gamarra, El Mapanare, Cholo Parima, El Sute Cupira, Santiago Argimírez. Más allá de la antinomia tan aceptada de la lucha entre la civilización y la barbarie lo que realmente determina la existencia de los personajes de Gallegos es el encuentro con el sí mismo. El planteamiento historicista y sociologizante tapa esa búsqueda ontológica de sus héroes o antihéroes, pero una vez que se despoja su narrativa de esta insistencia, de esta evidencia, también se descubre no solamente la estructura simbólica de su pensamiento y su proyección universal, sino el desgarramiento del protagonista entre el ser y el no ser, ante el engaño del lenguaje que lo dice, sin que él pueda decirse y decir. Nombrado ministro de Instrucción Pública en marzo de 1937, Gallegos renuncia al cargo en junio del mismo año. Es electo diputado al Congreso Nacional en 1937, en representación del Distrito Federal (1937-1940). Ejerce la presidencia del Concejo Municipal del Distrito Federal (1940-1941). Es lanzado como candidato presidencial de oposición en un mitin en el Nuevo Circo de Caracas en 1941, en la campaña electoral que llevará a la presidencia al general Isaías Medina Angarita. El partido Acción Democrática, del cual figura como miembro fundador, lo postulará como candidato a la presidencia en 1947 y será electo presidente constitucional el 14 de diciembre de ese año. Corto es el tiempo de su gestión presidencial. Es derrocado por un golpe militar el 24 de noviembre de 1948. Nuevamente va al exilio para no volver a Venezuela sino hasta 1958. Durante ese segundo exilio, muere su esposa en Ciudad de México el 7 de septiembre de 1950. Obvio resulta insistir en el carácter de noble civilidad del novelista, en lo que representó cuando su derrocamiento, en la correspondencia que tuvieron su vida y su obra. Su misma civilidad, su rechazo de la violencia bárbara, procedió inicialmente de hechos existenciales. La infancia del futuro novelista hubo de impresionarse hondamente con las historias de guerrillas y alzamientos. En la memoria del niño se grabaron aquellas imágenes de crueldad primitiva, brotadas de incendios y batallas, como formas de terror. Los mayores, circunspectos, comentando aquellos acontecimientos corrientes en la vida de la Venezuela de entonces, crearon su pasión de paz y civilidad. Combatiría esas imágenes de violencia con la visión del monte Ávila, símbolo de la voluntad serena y fuerte, como dijo uno de sus personajes. El joven Gallegos era dado a las caminatas por el entonces verdeante y fresco valle de Caracas, por las faldas de la serranía, frecuentemente envueltas en la bruma de las alturas. La Vega, Antímano, Catia, Sabana Grande, Chacao, El Valle, eran pueblos aislados entre haciendas de caña, hortalizas, vaqueras y pasto. Gozaba de la íntima comunicación con el paisaje. En Reinaldo Solar, evoca las caminatas con sus amigos por las barrancas en el extremo norte de la ciudad, allí donde mueren las estribaciones del Ávila. Gallegos nunca pudo escribir la novela de la destrucción del valle, del crecimiento canceroso de la urbe, del tránsito enloquecido de una Venezuela rural a otra petrolera. Pero dentro de esa imagen rural, sierra de la Costa, llano, selva, tierras del Zulia, se esconden figuraciones míticas mayores, signos metafóricos trascendentes, personajes de procedencia arquetipal, que traducen esa heredad, aquellas vivencias, a una cosmovisión y a un más allá iluminadores, al tiempo no cronológico de la ficción simbólica. En esa dimensión en que el origen y el fin se cierran en un círculo mágico, como el bejuco de Juan Solito, se ingresa a la indestructibilidad de lo esencial de la obra galleguiana. Esta constituye, en última instancia, una proposición de redención venezolana por dentro del individuo, sin excluir la denuncia exterior. Esa interioridad no se diluye en el hedonismo introspectivo ni en el regodeo psicologizante, sino se concentra dramáticamente sobre el mentirse a sí mismo y los engaños de la palabra (subalterno lenguaje de la política, demagogia política del lenguaje) y en la ficción de una vocación adánica de renacimiento, tal como lo procura el Marcos Vargas de Canaima, pero no lo logra. La obra de Gallegos por eso nunca es optimista o mejor dicho, en el fondo, pese a que los «buenos» triunfen, constituye una toma de conciencia poderosa e intuitiva de la imposibilidad de ser uno mismo. Premio Nacional de Literatura (1957-1958), elegido por unanimidad individuo de número de la Academia Venezolana de la Lengua (1958), Rómulo Gallegos es reconocido como uno de los primeros escritores del país. En 1965, se crea el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos y en 1972, se funda en Caracas el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (CELARG). J.L."

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podrán reclamarnos mañana, si evadimos el compromiso solemne, si desertamos del rumbo, si abandonamos la marcha..."

Leonardo Ruíz Pineda (1916-1952)